El propósito de este ensayo es contemplar el viaje del cristiano a través del desierto de este mundo hacia una tierra mejor, incluso la Canaán celestial, para señalar, brevemente, el camino por el que el Capitán de nuestra Salvación conduce a sus seguidores a la gloria. El gran objetivo del autor ha sido hacer que el lector sienta que es un extranjero y un peregrino en la tierra, para que se dé cuenta de la solemne verdad de que la vida del hombre es una vanidad; que sus días son como una sombra que pasa; que la mutabilidad y la disolución son las características de todos los objetos sublunares; que "todo, en la tierra, es sombra; todo lo que está más allá es sustancia". Cuando miramos la brevedad y la vanidad de la vida humana, bien podemos exclamar, en la hermosa y conmovedora reflexión de Edmund Burke: "¡Qué sombras somos y qué sombras perseguimos!" Y en el impresionante lenguaje similar de Patrick Henry, "¡No soy más que un pobre gusano del polvo, tan fugaz e insustancial como la sombra de la nube que vuela sobre los campos, y no se recuerda más!" O más bien podemos abrir las páginas de la Sagrada Escritura, y decir, con el más sabio de los hombres, "Vanidad de vanidades; todo es vanidad"; y con otros inspirados pensadores, "En cuanto al hombre, sus días son como la hierba; como la flor del campo, así florece; porque el viento pasa sobre ella, y se va, y su lugar no la conocerá más". "Porque, ¿qué es vuestra vida? Es incluso un vapor, que aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece". En medio de la excitación y el bullicio de un mundo ajetreado, es de temer que el cristiano olvide con demasiada frecuencia su verdadero carácter de peregrino, que viaja a las mansiones de la gloria en los cielos. Es demasiado frecuente que ponga sus afectos en los objetos terrenales de los que se rodea en su peregrinación. Cuántas veces ocurre esto con el joven cristiano, sobre el cual el mundo, con sus placeres engañosos, ejerce un poder tan fascinante. El autor ruega encarecida y afectuosamente al joven lector que se detenga con esta solemne reflexión: "Aquí no soy más que un viajero". Recuerda que estás pasando rápidamente a través de una escena de sombras y muerte a un estado de realidades eternas. Entonces, les rogamos que vivan, como hijos queridos de Dios, por encima del mundo, con la vista dirigida a ese bendito hogar en la casa de su Padre Celestial, donde los impíos dejarán de preocuparse, y donde los cansados descansarán. Si las pocas y sencillas palabras aquí escritas son el medio de inducir a alguien a pasar el tiempo de su estadía aquí en el temor de Dios, de persuadirlo a vivir y caminar por la fe en Cristo, de confiar enteramente en su sangre expiatoria para la salvación, el autor no deseará otra recompensa que la felicidad de saber que ha sido un humilde instrumento en la mano de Dios, para hacer el bien. Este ensayo se echa ahora, como una pizca en el tesoro de la literatura bíblica, y se encomienda a la bendición del Cielo. Que pueda animar al peregrino cristiano en su viaje por este mundo de pecado y dolor, y le lleve a esforzarse con más ahínco por la gloria, el honor y la inmortalidad del cielo, a adherirse más estrechamente a Jesús y a trabajar con más celo en su causa, para que, cuando llegue a pasar el valle de la vida, pueda entrar en las moradas de la gloria inmortal y recibir el aplauso y la bienvenida del Salvador: "¡Bien hecho, siervo bueno y fiel! Has sido fiel con unas pocas cosas; te pondré a cargo de muchas cosas. Ven y comparte la felicidad de tu amo". "Entonces el Rey dirá a los de la derecha: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo"". Mateo 25:34

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